Tinta al oído
Los No Estudiantes
El overol azul y Héctor caminan por el interior de la universidad pública. Curiosamente, trabaja en un lugar donde se va a aprender, sin embargo él se resignó a no estudiar para pensar en cómo sobrevivir.
De tanto en tanto se le viene a la cabeza la imagen de sus amigos cuando, treinta años atrás, les contó que estaba por entrar a trabajar en una facultad. Y sobre su frente vuelven a estallar aquellas risotadas burlonas preguntándole qué pensaba hacer él ahí. Los libros también se llenan de polvo. Por eso, no solo hacen falta lectores, sino también hombres que los plumeréen. La cuestión es que uno elige leer pero rara vez gusta de agarrar un plumero.
Héctor ya está bastante familiarizado con el entorno universitario pero sigue, sin embargo, muy ajeno de su práctica matriz. Mientras centenares de chicos desfilan con sus libros y apuntes de cientos de hojas, él se desliza con la escoba, la pala y algunas bolsas de consorcio. Mientras un cuerpo docente hace carrera sumando titulaciones en la escalada intelectual; otro cuerpo, el de Héctor y cada uno de sus colegas, no pudo participar en esa carrera. Mientras algunos compran valores en capital cognitivo, otros pierden acciones en su capital físico.
Como aditamento, estatutariamente su rubro es definido por la negativa, por lo que no son: los “no docentes”, o aquellos que no dan clases. Identidad compleja de por sí para alguien que, si bien circula en una facultad, no va ni a enseñar ni a aprender. Son los terceros en discordia. Cuando se habla de educación, no se piensa en Héctor ya que no ocupa ninguno de los dos polos de la relación. Además, llamarlos “no docentes” implica un doble ocultamiento que se entrelaza: se les asigna un lugar intermedio de poder entre los profesores y los alumnos que no es tal ya que son los más perjudicados; y para llegar a ser “no docentes”, antes no fueron estudiantes. Así, la universidad es un mundo de dos sin tres, o mejor dicho, un espacio de dos donde solo caben terceros en forma subalterna.
Pero Héctor reflexiona sobre las ventajas de ser no docente antes que no decente. Él vela por que haya electricidad que suministre luz para que los libros, los apuntes y el pizarrón se puedan ver. Él persigue, acorrala y hace desaparecer la mugre que pulula por aulas y pasillos, y también da por finalizado el juego de las escondidas de ratas y ciertos insectos.
Debe ser limpio el ambiente de una casa de “altos estudios”, aunque sus dos “principales” actores ni reparen en la limpieza ya que no están para “asuntos subterrenales”. Y a pesar de que digan que el conocimiento conduce al mejoramiento general de las personas: pegar un chicle debajo del banco voltea una corriente marxista, salir empujándose del aula reemplaza los códigos de convivencia por códigos de conveniencia, abandonar vasos de café, botellas y paquetes de galletitas sobre los pupitres ahoga los postulados del contrato social, fumar y tirar al suelo los filtros de cigarrillo asfixia la educación para la salud, flagelar los bancos con golpes e inscripciones particulares desvaloriza la importancia de la otredad.
En su andar por la universidad desierta y sombría, Héctor mira a su izquierda vacía y rememora la vez que Jacinta le confió que, cada vez que estaba por terminar un nuevo turno de clases del piso que tenía asignado para barrer, elegía al azar la puerta de un aula y se quedaba atenta esperando a que los alumnos -al recoger sus cosas y comenzar a levantarse- dieran indicio de que se había terminado la clase. Entonces Jacinta abría la puerta inmediatamente y, excusándose en su trabajo, se acercaba lo más posible a donde estaba el profesor con los alumnos que se quedaban charlando con él, así trataba de aprender tanto de las preguntas como de las respuestas de la “sobre-clase”. Al pie de cada umbral y antes de ingresar, Jacinta se entusiasmaba mucho con lo que podría conocer ese día, jugando a adivinar temas posibles de escuchar. Le gustaba escudarse en su papel de limpieza frente a profesores y alumnos. Mientras ellos creían que era un mero personal de servicios generales, Jacinta en realidad estaba en su misión secreta: conocer, comprender y tratar de memorizar algo nuevo todos los días. Y como todo agente de espionaje, tenía como antagónicos a los dos actores protagónicos de aquella escena: los educadores y los educandos. Algunos la miraban con desconfianza, no entendían que hacía ahí adentro limpiando cuando todavía quedaba gente, como si ese trabajo tuviera que hacerse a espaldas de todos, en aulas vacías donde nadie mirara. Otros directamente ni percibían su presencia en ese mundo dual.
Sin advertir esas devoluciones a su ser, Jacinta confiaba en que llegaría el día en que sabría lo suficiente como para poder decidir por ella misma dejar los hábitos del barrido y dedicarse a otra cosa vinculada con todo lo que había aprendido. En su pequeño y desflecado anotador iba escribiendo las palabras que recordaba, estableciendo relaciones de lo más inéditas, tratando de vislumbrar en esas hojas arrugadas los borradores de un premonitorio conocimiento que la rescatara de la monotonía de la pala y la escoba.
Pero la jubilación la sorprendió baldeando y, a pesar de sus promesas de continuar yendo a la facultad, esta vez sólo para estudiar: Jacinta jamás volvió, ni siquiera a visitar a sus compañeros.
Héctor descubre una pared después del vacío. Esquivo, gira la cabeza hacia el otro lado y se topa con otro recuerdo, cuando la Institución decidió aprobar el traslado de Francisco a otra dependencia. Panchito siempre había sido buen muchacho y al comienzo encaraba su trabajo con mucha responsabilidad. Pero con el tiempo se fue resintiendo cada vez más al ver pibes de su misma edad, e incluso más chicos que él, que tenían un claro objetivo por el cual un día se irían de la facultad por una puerta distinta a la que habían cruzado cuando llegaron, alejándose por un camino en pendiente y escrutando el horizonte. En cambio, Francisco sabía que él iba a estar ahí por mucho más tiempo, repitiendo todos los años por hacer siempre lo mismo, un ser crónico, un potencial alumno que nunca comenzaba a cursar. Y cuando finalmente tuviera que irse, saldría por la misma puerta por la que había entrado varias décadas antes, caminando hacia abajo, observando sus zapatos percudidos, sus manos rugosas y su intelecto poco estimulado. Él si era más consciente de esa discriminación que padecía su claustro, que hasta en los órganos de cogobierno eran minoría.
Durante los horarios de limpieza en pasillos y bares de la facultad, arrastraba profusamente el mobiliario, fastidiado por que las sillas no lo dejaran sentarse, angustiado por no tener nada que apoyar sobre las mesas de lectura y estudio. En su celular ponía música en altavoz, no solo para distenderse y descontracturar ese ambiente parco, sino más bien para llamar la atención desde el tercer peldaño, buscando interrumpir la conversación y el estudio de profesores y alumnos, tratando de dar el presente que tenía silenciado al interior del aula. Enojado, se enfrentó a los estudiantes que producían mugre e incrementaban su trabajo y denunció personalmente a los profesores que no terminaban la clase en horario e, incluso, no devolvían a su lugar los recursos didácticos. Sin embargo, aunque la ética amparaba a Francisco, el desamparo vertical del organigrama institucional lo derivó a otro sitio “por razones particulares”.
Héctor no es Jacinta, sabe que estudiar no está en su meta. Héctor tampoco es Francisco, no se fastidia con quienes tienen otros recursos. Familiarizado con el atravesamiento de las desigualdades que se reproducen en un ámbito cuya misión principal tendría que eliminarlas, apuesta a hacer bien su trabajo, para que la orquesta suene como debe, aunque algunos instrumentos sean mudos.
Llega el fin de semana, la Universidad está cerrada. El overol azul batik cuelga de la percha del armario de portería, inmaculado de manchas de tinta. Se ladea con los mandatos del intelecto que provienen del pizarrón y del pupitre…
Nicolás Miguel Adamo
Pseudónimo: gulluver
Lugar y año de nacimiento: Ciudad de Buenos Aires, julio de 1977
Escuela: Instituto Vocacional de Arte “Manuel José de Lavardén”
Distrito: 8
Rol docente: Profesor de Literatura en nivel primario y en el Curso de Especialización Docente en Educación por el Arte
Formación: Licenciado y Profesor de Enseñanza Media y Superior en Ciencias de la Comunicación (UBA)
Obras publicadas:
• Cuentos con Final Cerrado (Creadores Argentinos, 2014)
• Inhalando tics, bombeando tacs (Autores de Argentina, 2017)
Otros datos relevantes:
Actualmente, se encuentra trabajando en su primera novela con la dirección de Zaira Nofal y, en simultáneo, viene desarrollando cuatro proyectos de libros álbum con la grabadora Marcela Miranda, la ilustradora Gabriela Zoff y los ilustradores Gabriel Diosques y Gabriel Carrique.
